La concepción de la magia en la Apología de Apuleyo

09.01.2021

Dependiendo de la situación en la que cada persona se encuentre, tendrá una percepción u otra sobre la magia. Y dicha percepción, sometida a una serie de mecanismos sociales, terminará plasmándose en una concepción de la magia distinta a la del resto del mundo. No será la misma concepción la que tenga un sacerdote católico que la de cualquiera de sus parroquianos, tampoco será la misma la que tenga un wiccano europeo que un houngan de Haití, y entre un ateo y un agnóstico pasaría lo mismo y así entre múltiples grupos de población que nos podamos imaginar, tanto del tiempo presente como del pasado.

A continuación trataremos de un libro ya conocido para los que sean asiduos de ABRA, Apologia sive Pro se de magia liberApología o Libro sobre la magia en defensa propia»). Se trata de una ampliación literaria del discurso judicial pronunciado por Apuleyo durante el gobierno de Antonino Pío (Imp. 138-161 d.C.) en un litigio que buscaba acusarle de mageia, cuya condena, según la legislación romana, consistía en ser quemado vivo en una hoguera. En este libro, que es el único del que la comunidad científica está completamente segura de que fue escrito por el filósofo de Madaura, se pueden observar distintas concepciones de la magia que pueden ser resumidas en dos posiciones: la posición de Apuleyo, mostrándose escéptico y racional ante las afirmaciones de sus acusadores; y la posición de los propios litigantes, la cual se encuentra completamente deformada y llevada al absurdo, pero que no de deja de ser un indicio de algunas de las creencias populares que se tenían sobre la magia. En breve, procederemos a explicar más detalladamente algunos de los puntos más relevantes en cuanto esta cuestión, pero no sin antes detallar algunas pinceladas de la concepción cosmológica dominante en su época y con la que el mismo Apuleyo comulga.

El tratado latino De Mundo Sobre el Mundo»), atribuido a Apuleyo, es una traducción de un tratado pseudo-aristotélico escrito en griego con el mismo nombre. En él se muestra una cosmología mixta del mundo siguiendo tanto parámetros de la escuela platónica como de la aristotélica. Define un cosmos esférico en tres capas: la tierra y el agua se encuentran en el centro, una capa mediadora en el que se encuentra el aire, y una capa que lo rodea todo en el que se encuentra el éter. Explica el movimiento circular del cielo por un eje que atraviesa todas estas capas que iría desde la región septentrional del cielo (Septentrión son los «Siete bueyes» o estrellas que conforman la constelación del carro) hasta la antártica (literalmente «Opuesta a la Osa»).

Si bien cada capa está dominada por un elemento, no significa que no pueda haber otros en ella como el agua en las nubes o fuego en la tierra, pero debido al peso de cada uno de ellos unos tienden a moverse a las capas superiores y otros a las inferiores. Desde esta perspectiva los dioses, al igual que los humanos, animales y plantas, están compuestos de materia, sólo que aquellos están compuestos de éter y los otros de tierra, principalmente. Esto significa que los dioses y los humanos están completamente aislados entre sí y no pueden establecer comunicación alguna. Pero he aquí que aparece la figura del démon. Los démones son divinidades intermedias cuya materia conformadora es el aire y justamente éste es su ámbito de actuación. Algunos son mensajeros y llevan las plegarias de los mortales hasta los dioses; otros son guardianes que aconsejan y guían a los humanos (como el famoso démon de Sócrates); los hay también agentes de la voluntad divina; pero también los hay malvados, como las larvas o los lemures. El propio alma humana puede llegar a ser en sí misma un démon si no asciende hasta el cielo cuando llega la hora de liberarse de la prisión del cuerpo.

Estos principios y otros principios sobre los cuales no nos vamos a extender aquí fueron muy conocidos por los filósofos antiguos y son la base de lo que se conoce como la hipótesis de la simpatía universal, según la cual todas las esferas del cosmos se influencian entre sí, pero siendo mayor la influencia que sucede desde las superiores a las inferiores que al contrario. Esto significa que la posición de los astros podría tener una influencia real, pero para eso se necesitaría de la existencia de esas divinidades menores denominadas démones. Y entre los filósofos antiguos, en especial a todos aquellos que aceptan los postulados de los alegoristas platónicos, la existencia de los démones está probada por el caso de Sócrates, persona que fue capaz de hablar directamente con su démon. Todo este sistema de creencias no es para nada un buen punto a favor de Apuleyo como persona no practicante de ritos mágicos pues, incluso, llega a postular que la efectividad de la multiplicidad de religiones se debe justamente a la existencia de diversos démones a que se dejan seducir por los ritos, al contrario que los dioses, que son incorruptibles. Pero veamos ahora de qué es acusado exactamente Apuleyo.

La concepción de la acusación.

Lo cierto es que de la parte de la acusación tan sólo tenemos los fragmentos que el propio Apuleyo cita en su discurso: breves frases que resumen los argumentos de sus contrincantes, fuera de su contexto original y, en algunos casos, distorsionadas para ridiculizar sarcásticamente la posición de sus contrincantes. Con ello debemos reconstruir la concepción que aquellos poseen de la magia y con la que sostuvieron su acusación. Como menciona el propio Apuleyo, la acusación de magia "es muy fácil de denunciar y, en cambio, al acusado le resulta muy difícil probar su inocencia" (Apol. 2, 2), no sólo por el hecho de que es imposible de demostrar la relación causa-efecto de los rituales de magia, sino porque el propio concepto no se encuentra perfectamente definido.

Tres son los tipos de acciones por los que acusan a Apuleyo de magia: conocer, manipular y atraer, todo ello para su propio beneficio y, por tanto, para perjuicio de los demás. Atrae porque manipula y manipula porque conoce. Todos los elementos que cita la acusación tratan de demostrar que esto es así, mientras que Apuleyo se defiende explicando que eso no significa que sea mago, sino que esto es así a causa de su condición de filósofo y literato, y que la acusación no tendría dudas sobre ello si no fuese por su profunda ignorancia, llegando a poner en duda públicamente el concepto de mal de Emiliano, la cabeza de los litigantes (Apol. 66, 8).

Las principales acusaciones que tienen que ver con la manipulación se refieren especialmente a seres vivos. El conocimiento y manipulación de plantas, del que tan sólo se cita el caso de un dentífrico hecho con una mezcla de plantas procedentes de Asia (Apol. 6) También se le acusa de haber producido enfermedades y desmayos a un esclavo de nombre Talo (Apol. 42, 3) y a una mujer libre (Apol. 48, 1) a base de encantamientos. Otra manipulación de la vida, a la cual Apuleyo dedica un mayor esfuerzo en defender es la cuestión de los peces. Según la acusación son peces utilizados para la realización de filtros mágicos debido a que sus nombres designan los aparatos sexuales femenino, virginal, y masculino, veretilla (Apol. 34, 5). Apuleyo no desmiente que busque peces y que los diseccionara, sino que lo ha hecho antes muchas otras veces (Apol. 40, 6), pero que además no lo hace a escondidas, sino con público y con intenciones científicas (Apol. 40, 7), con lo que viene a refutar que se trate de magia, pues no puede ser magia aquello que no supone un secreto (Apol. 47, 2). No esconde tampoco que ha hecho estudios sobre los peces y lo mucho que conoce sobre ellos (Apol, 38) haciendo de menos el interés que puedan tener para la práctica mágica (Apol. 30-31), pues él sólo los quiere, afirma, para ampliar y corregir los estudios naturales peripatéticos estando él mismo trabajando en ese momento en uno sobre los órganos de los animales (Apol. 36, 3-6; 40, 5).

Con todo esto explica el por qué de sus prácticas, pero posiblemente, desde el punto de vista de los acusadores, sí que pudo parecer extraño y, por tanto, sospechoso el hecho de buscar peces para cualquier otro motivo que no sea alimentarse, abrirlos crudos y examinar su interior como si se tratase de un augur de peces (Apol. 41, 1-3). Pero no todas las prácticas y manipulaciones de las que acusan a Apuleyo son públicas. Se le acusa además de hacer rituales con objetos mágicos envueltos en paños en la mesa de los lares de su recién fallecido hijastro Ponciano (Apol. 53,2). También se le acusa de adorar a un demonium representado como un esqueleto al que él denomina basileus (Apol. 61, 2). A todos los intentos de acusarle de realizar y conocer cosas secretas Apuleyo responderá dando a entender que no todo lo secreto y oculto es malo (como los ritos mistéricos, Apol. 55, 10), y que no todo lo que a algunos les parecen conocimientos ocultos son, en efecto, ocultos, sino que están disponibles a todo aquel que desee conocerlos (Apol. 90, 1-2). Se puede intuir que en la concepción que la parte acusadora tiene de la magia hay cabida para la impiedad, pues con la acusación de adorar a un demonium pueden tratar dar a entender que Apuleyo posee una preferencia hacia las potencias intermedias antes que a las divinidades y ritos cívicos (de manera similar a la que le sucedió a Sócrates, acusado de meter nuevos dioses en la ciudad).

No es que estuviese prohibido realizar ritos que no fueran los reglados por la comunidad, pero hay una concesión de sospecha hacia quienes los realizan al tratarse de prácticas cuyos objetivos pueden no ser los perseguidos por el conjunto de los ciudadanos. Los que sí están completamente prohibidos son los ritos nocturnos privados, y esta es una acusación a la que Apuleyo también se tiene que enfrentar, siendo unos de los puntos más fuertes de la propia acusación (Apol. 57, 1-2). La defensa presentada por Apuleyo en este punto no es muy extensa ni de difícil resolución, pues aprovecha que el testigo no está para atacarlo dando la vuelta su testimonio, el cual había sido leído en el juicio ante los presentes y en el que afirmaba estar ausente cuando tales hechos sucedieron.

Pero el elemento más relevante, el cual se encuentra a lo largo de toda la defensa y en muchas partes de la acusación es la atracción erótica, muy posiblemente por la alta frecuencia que suelen tener en todo el Mediterráneo las maldiciones eróticas. Lo encontramos desde el primer elemento de la acusación citado por Apuleyo: ser un hombre apuesto y elocuente en lengua griega y latina (Apol. 4). Después encontramos el hecho de escribir poesía erótica (Apol. 9), poseer un espejo (Apol. 13) y los propios nombres de los peces, anteriormente mencionados. Estas acusaciones, que parecen muy simples desde una perspectiva alejada, toman otro sentido cuando se tenemos en cuenta otros elementos de que tratan de insistir en la nulidad del matrimonio entre Apuleyo y la Pudentila. Según la acusación, ella no deseaba casarse tras enviudar, confesó que había sido obligada a hacerlo mediante encantamientos, se había casado con sesenta años y por tanto estéril, el matrimonio se había celebrado en una casa de campo, lejos de la ciudad, y que Apuleyo la había extorsionado para obtener de ella una gran dote (Apol. 67, 3-4). Uno por uno, Apuleyo irá contestando a cada parte y demostrando la legalidad del matrimonio y que los datos ofrecidos por la parte acusadora están corrompidos.

Si bien es cierto que no se puede extraer una conclusión clara respecto a la culpabilidad de Apuleyo, bien parece cierto que la acusación de magia no es sino un pretexto para lograr unos fines que nada tienen que ver con ello. La magia no era algo desconocido, por muy ocultas que se definan estas prácticas, se sabía mucho sobre ello y, posiblemente, mucha gente sabía quienes practicaban una forma u otra de magia, pero conocerlo no debía ser el único motivo para denunciar. El hecho de designar al mago como maleficum, el que hace mal, también nos da información sobre la concepción que se tenía del mago, es decir, el que no hace el bien. De hecho, cuando Apuleyo se tiene que defender por haber estado en contacto con la mujer epiléptica afirma que es normal que el filósofo conozca las enfermedades, sus causas y sus remedios y que por ello trate de curar a los enfermos (Apol. 51, 8). Señala que lo propio de los magos es atacar, no sanar, por tanto, puesto que Apuleyo a tratado de curar las enfermedades, no es un mago (Apol. 51, 9-10).

El tratarse de una persona tan polifacética también ayudó a los acusadores. Estudió una gran cantidad de saberes y trató de escribir en cuantos géneros literarios conoció, aunque de lo que se conserva de él son tan sólo seis obras completas, un poema en la Antología Latina con el título Anechomenos (712), y algunos fragmentos citados por otros autores. Y la mayor parte de las obras íntegras son traducciones interpretadas, siendo la más original la propia Apología y los Flórida. Esto, unido a que se trataba de una persona con una vida muy activa y poco estacionaria (Apol. 72, 5; 73, 7) hacen de él un elemento social incontrolable e inestable, lo cual en un mundo como el antiguo que es especialmente fijista se traduce fácilmente en un centro de sospechas.

La concepción de Apuleyo.

En varias ocasiones, Apuleyo presenta su caso como un enfrentamiento de la ignorancia contra la filosofía, siendo él el abogado defensor de esta última (Apol. 1, 3; 3, 5-6). Muestra una concepción de la filosofía como un saber enciclopédico y universal, tanto de las cuestiones humanas, físicas y sagradas. Es una doctrina que participa de las cuestiones divinas (Mun. Praef.) refiriéndose a ella con el nombre de Filosofía universal (Fl. XX, 4). Es deber de la filosofía el estudiar los fenómenos del mundo e indagar en sus causas (Apol. 16, 1) así como investigar sobre la virtud y expulsar los vicios (Mun. Praef.). Engloba tan gran multitud de cosas dentro del nombre de la filosofía que resulta imposible definir su concepto de magia, siendo el triángulo magia-religión-filosofía una unidad inseparable como podemos ver en los siguientes casos:

  • En Apol. 39, 1, hablando sobre el conocimiento de los peces, Apuleyo expresa en unas breves líneas que el filósofo platónico se preocupa de conocer de todo para saber cómo actúa sobre ello la Providencia, para no creer tan sólo en lo que la religión tradicional dice sobre los dioses.
  • En Apol. 25-27 realiza una exposición sobre la concepción del mago, tomando el significado que tiene en lengua persa: sacerdote. Por tanto, el mago es el experto en ritos y ceremonias religiosas, la reglamentación de lo sagrado y del derecho divino. Esto hace que la magia sea una ciencia grata a los dioses, mientras que sus adversarios tratan de defender que el mago es aquel que, por estar en comunicación con los dioses, puede hacer lo que le venga en gana. Termina afirmando que son los ignorantes y los que niegan la existencia de los dioses aquellos que acusan a los filósofos que estudian la Providencia y rinden culto a los dioses de magos en el mal sentido de la palabra.

Dentro de la concepción apuleyana del cosmos la magia es real y posible, pero queda inserta dentro del concepto de religión. La situación intermedia de los démones hace que estos sean inmortales, pero, a su vez, sujetos a las mismas pasiones a las que están sometidos los humanos. Por ello son variables y es de sus gustos y rechazos de donde nacen los distintos tipos de rituales y las diferencias entre unas religiones y otras (Soc. 13-14). Por tanto, el ritual implica una comunicación con estas potencias, y la correcta comunicación puede permitir a los hombres lograr realizar lo que algunos denominan magia. Son muchos los ejemplos que existen en su obra de ritos mágicos, e incluso en la propia Apología Apuleyo enunciará una maldición contra Emiliano, en un momento del discurso en el que ya está suficientemente libre de sospecha de magia o de impiedad (Apol. 64, 1-2).

Existen, además, en Apología algunos detalles que no son considerados como magia por el hecho de no tratarse de prácticas agresivas. Apuleyo cita la medicina de antiguos, cuando en Odisea (XIX, 456 ss.) Ulises es sanado con vendas y un encantamiento, y añade que nada realizado para salvar vidas es digno de censura (Apol. 40, 4).

El poder ritual no se considera magia, no sólo en el caso de los actos de curación, sino también en los profilácticos. Poco después de llegar a Oea, Apuleyo realizó una declamación en la que hacía loa de la majestad de Esculapio. Al tratarse de una divinidad sanadora, éste texto se popularizó muy rápidamente, no se dice el por qué, pero no nos puede costar admitir que se trata porque era utilizado como amuleto protector, sobre todo teniendo en cuenta que al solicitar Apuleyo que se lea un fragmento de ese discurso durante la defensa, el propio público ofrece el texto, lo cual significa que rara vez saldrían sin él de sus hogares (Apol. 55, 10-12).

Y en cuanto a los cultos mistéricos y sotéricos, que desde sus orígenes se encontraban en un espacio liminar, en aquel entonces ya se encontraban completamente integrados en la sociedad romana general, llegando el propio Apuleyo a mencionar todos aquellos en los que se ha iniciado sin ningún tipo de impedimento (Apol. 55, 8-10). Tampoco es considerada magia la interpretación de los sueños, pues la menciona como posible excusa frente a la acusación de magia (Apol. 54, 2).

Tiende Apuleyo a lo largo de toda la Apología a coger los elementos de la acusación que puedan ser utilizados como evidencia de prácticas mágicas para normalizarlos resaltando su cotidianeidad y, al mismo tiempo, desmitificando su uso mágico, llegando incluso a incitar a la acusación a inventar cualquier objeto que pueda parecer mágico, que él mismo se ocupará en discutir sobre la verdadera naturaleza del mismo (Apol. 54, 1).

Conclusiones

La concepción que las clases humildes tienen de la magia está cargada de prejuicios, los cuales están respaldados por la agresividad normativa de las prácticas mágicas, hasta tal punto que todo aquel rito que sea para sanar, proteger o salvar no está considerado como magia.

Hemos visto como todo lo que está relacionado con la magia se encuentra en un espacio liminar entre lo oculto y lo cotidiano, y su situación depende de las circunstancias y del uso de cada elemento. Lo que puede observarse como mágico, puede no serlo dependiendo del punto de vista del observador, lo cual es perfectamente aprovechado por Apuleyo en su defensa.

En cuanto a Apuleyo, éste maneja dos concepciones distintas de magia, la del maguš iranio y la del maleficus, siendo esta última la más referida en Apología por tratarse de la misma que utiliza la parte acusadora. Sin embargo, no podemos afirmar que en el sistema de pensamiento de Apuleyo la magia tenga lugar especial, sino que está difuminada dentro del concepto de religión: ambas son formas de comunicarse con lo divino a través de las potencias intermedias, y si estas no dan su aprobación las peticiones no se van a cumplir. La diferencia entre ambas depende pues de la visión del propio sujeto según su bagaje filosófico. El papel de la filosofía es fundamental, pues al estudiar el orden del universo y de las potencias divinas le otorga una gran ventaja sobre la parte acusadora en una situación en la que cualquier otro individuo hubiese sido condenado y, finalmente, ejecutado.

Miguel Morata Mora -  mimorata.mmm@gmail.com

Bibliografía:
- Apuleyo (1980): Apología. Florida [trad. S. Segura Munguía]. Madrid: Editorial Gredos.
- Idem (1983) [1978]: El asno de oro [trad. L. Rubio Fernández]. Madrid: Editorial Gredos.
- Idem (2011): Obra filosófica [trad. C. Macías Villalobos]. Madrid: Editorial Gredos.


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