Magiología (I) : Magia daemoniaca y magia naturalis

17.03.2017

El concepto de magiología es usado de manera muy limitada, no sólo porque, en efecto, es menos utilizado que otros muchos términos, sino porque muchos se plantean si realmente se puede hacer un estudio científico de la magia en sí misma, esto es, de ese poder y esas fuerzas sobrenaturales en las que se cree - y sin embargo, no hubo tanto cuestionamiento de la teología, aunque fueron otros los motivos.

La propia definición de magia, como ocurre con la de religión, acaba dependiendo de la interpretación cultural conocida. Esto hace que sean preferidas otras definiciones, si bien el término magiología continúa siendo válido, como "estudios de...", para diferenciar a los practicantes de los solamente estudiosos. Considerándola como el arte de descubrir las virtudes secretas del mundo y la capacidad de controlar las fuerzas naturales o sobrenaturales, la magia puede dividirse, primariamente, en dos grandes grupos:

Según quién la efectúe. Los hay con poderes innatos y otros que alcanzan esta habilidad mediante el estudio de técnicas específicas. Los primeros son brujos (lat. Sag- ; eng. Witch-) y los segundos, hechiceros (lat. Mag -; eng. Sorcer-). Los magos, aunque siempre han intentado diferenciarse de los brujos debido a la mala fama y asociación maligna de éstos, pertenecerían más al primer grupo, si bien hoy día es un término que envuelve a los demás de manera muy ligera.

Según su origen. La magia naturalis es aquella que proviene de la naturaleza, ya sea por predisposición genética, es decir, por habilidades innatas, o la que se puede producir utilizando los elementos naturales. La magia daemonica, también llamada goetia, se asocia a aquella en que intervienen fuerzas malignas de las cuales se adquiere el poder. La principal diferencia entre una y otra, aparte de sus fines, que suelen ser positivos y negativos respectivamente, es la apertura de una y el secretismo de la otra, unido a esta última algo de espiritualismo.

En verdad el término latino daemon es una transcripción del griego dáimon, referente a un espíritu natural, a una fuerza existente pero inexplicable, a veces un dios menor. El auge del cristianismo y el desconocimiento, casi voluntario, de las prácticas paganas llevó en su avance una desvirtuación del concepto y a una asociación con los entes malignos del mundo hebreo, la mayoría de los cuales, por otra parte, eran a su vez divinidades orientales de cultos abandonados o limítrofes. La idea de los demonios se metamorfoseó a lo largo del tiempo desde su consideración divina o semidivina, adquiriendo entonces una humanización progresiva que los hizo cada vez más volubles a los peores sentimientos y acciones, y convirtiéndolos no sólo en mediadores de las fuerzas sobrenaturales, sino en comerciantes de ellas entre los humanos. San Agustín estableció que era posible una comunicación con aquello que nos es ajeno espiritualmente y Santo Tomás que era posible que estas fuerzas realizasen cambios en nuestro mundo físico. Con la llegada del Renacimiento se inició entonces un planteamiento muy interesante, en el cual, el mago conocía las técnicas para dominar a estos seres, pero la verdadera culpa de las acciones, ¿no debería recaer sobre quien las lleva a cabo y no sobre el que hace la petición?  

No se hicieron distinciones entre los distintos tipos de magia la mayor parte de las veces, centrándola toda en una práctica pagana negativa y diabólica, y mientras durante la Edad Media no hacían más que crecer y crecer los compendios de ensalmos y oraciones, así como los rezos particulares a santos, vírgenes y ángeles, los textos mágicos eran apartados y eliminados, y los exorcismos y purificaciones sagradas no eran cuestionadas. Aún hay más, y para el estudioso moderno la cuestión acerca de la persecución de las brujas debe estar ya resuelta entre los propios elitismos de la magia, que en su ocultación en castas bajas o altas impedía un análisis real de las prácticas y sus orígenes, así como de la demonología, que dedicándose a la enumeración y recreación de los reinos infernales, promovían una fusión de cualquier práctica mágica con la daemoniaca en su versión más negativa, aprovechadas por los teólogos para su ajusticiamiento; y las circunstancias del momento, que en crisis económicas, sociales y culturales, activan automáticamente un protocolo de acusación hacia individuos marginales o poco acomodados en sus debidos roles. Además, en una época oscura y falta de conocimientos, cualquier hecho considerado antinatural o extraño, como una enfermedad desconocida, una epidemia, o un proceso atmosférico fuera de tiempo, era rápidamente achacado a un encantamiento. No obstante, no eran pocos los que acudían a "remedios alternativos" en los límites de la superstición religiosa para obtener beneficios positivos, de todas las clases sociales, incluyendo al clero con mutaciones santorales. Pues, ¿por qué encender velas a un dios pagano teniendo un santo con sus mismos atributos y funciones? Algunos ven en la magia una contracultura originada en los grupos rurales como respuesta a imposiciones normativas por parte de la religión y el poder, por lo que se puede considerar que el secretismo formaba parte de un hermetismo voluntario cargado de un simbolismo tradicional que se perdía en la memoria de los tiempos. Explicaría, por otra parte, la limitación de testimonios textuales de prácticas mágicas tradicionales, pues se transmitiría de manera oral, siendo pocos o ninguno los que dominasen apenas el arte de escribir o leer. 

Esta falta de textos se atestiguaría más en los de magia demoniaca, pues con la llegada de la Ilustración la llama del raciocinio dio un vuelco al estudio de la magia. De hecho, aquí se iniciaron propiamente los estudios acerca de la magia. Se cuestionaba la existencia de ésta, las bases simbólicas o históricas de ciertas prácticas, e incluso la existencia de Satán, los ángeles o el propio Dios, este último, claro, con ciertas reservas, pero con gran interés en la visión de los filósofos grecorromanos. Y si realmente la magia era una práctica inofensiva o banal desde el punto de vista científico, un pequeño manual o grimorio con ciertos textos de sanación o propiciatorios de fortuna y amor, reunidos por algún folclorista adelantado a su tiempo, podía encontrarse perfectamente en las casas de quienes sabían leer, esto es, de cortesanos y burgueses, como pasatiempo o como una verdadera creencia latente, sesgada por la sociedad.

Hubo quienes se dedicaron, entonces, a la hechicería - considerada como magia inferior -, a conocer las técnicas apropiadas para la ejecución de ciertas artes adivinatorias o mágicas, propiamente dichas, sin obtener aparente y verdadera comunicación con el mana, término moderno usado para identificar las energías o poderes desconocidos. Por otra parte, las prácticas que llevaban aquellos que no podían disfrutar de un conjuro palabra por palabra, ya fuese de algún papiro griego o de un poema del pueblo de al lado, fueron considerándose, poco a poco, superstición, palabra que viene del latín superstitio: superpuesto, y que se centra en el miedo casi obsesivo a las fuerzas sobrenaturales, que existía desde la Antigüedad, y al continuo intento de protección y aplacamiento, cosa también natural habida cuenta de que los conocimientos científicos no estaban al alcance de todos. La superstición, decía J. Grimm en su Deutsche Mythologie, no contradecía directamente las directrices religiosas, y donde ésta mostraba vacíos, se abrían paso los recuerdos y los simbolismos existentes en la memoria colectiva. Dividía también la superstición en activa o positiva y pasiva o negativa. La primera era causa del propio ser humano, cuando cometía un error o acto considerado desafortunado, y realizaba un acto aparentemente inocente que, repara la situación causada. A ésta también se le llama sortilegio o augurio. La segunda se refería a aquello que el ser humano no podía controlar, lo que interpretaba como señales divinas o llámeselas sobrenaturales. Para Grimm, la superstición se convertía, aunque dentro de una concepción de control mágica, en una suerte de religión inferior, con rituales mucho más sencillos, pero no por ello simples.

Por Pietro Viktor Carracedo Ahumada - pietrocarracedo@gmail.com

Bibliografía:
- Daxelmüller, C. Historia social de la magia. Herder, 2009
- Flores Arroyuelo, F. Diccionario de supersticiones y creencias populares, Alianza Editorial, Madrid, 2000
- Larner, C. Witchcraft and Religion: The politics of popular Belief, B. Blackwell, Oxford, 1984
- Stewart P. J.; Strathern, A. Brujería, hechicería, rumores y habladurías, Akal, Madrid, 2008
- Thomas, K. Religion and the Decline of Magic, Penguin Books, Londres, 1973


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